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Autoevaluación

Un día.

Un día que pudo ser cualquier día… y por cosas de la vida, no lo fue.

Daniela Jacobsen, primogénita de Frederik Jacobsen y María Carolina García, hermana mayor de Mariana por tres años y de Juanita por siete, falleció en un hospital extranjero, en un cuarto de luces blancas, sobre una cama azul, rodeada de esperanzas derramadas en sutiles y silenciosas lágrimas.

 

Ella, de pelo rubio como los rayos del sol acercándose al atardecer; antecitos de que se vuelva naranja, segundos antes.

De ojos cafés como los muebles viejos de una casa.

Alta como su padre, con pies pequeños como los de su madre.

Sonrisa indomable, reía conciertos, pintaba todos sus secretos.

Tocaba la guitarra como un alma vieja; escuchaba dolores incluso detrás de la puerta.

Como buena hermana mayor, siempre estaba atenta.

 

Y desde entonces, varias cosas se han construido y deconstruido dentro de mí;

preguntas sobre la fragilidad de la vida, la belleza en lo pequeño, dudas sobre la superficialidad, el odio hacia las máscaras de la sociedad.

Se encendió en mí un deseo profundo de encontrar mi verdad y vivirla con toda su autenticidad.

 

Un impulso latente de no quedarme callada, de no hacer lo que se esperaba, de cuestionarlo todo, y ponerlo —de alguna manera— en una balanza.

Pasé por lo que llaman la rebeldía adolescente, se podría decir…

Cometí incontables errores, y claro que aprendí… o pues eso espero.

 

Y aunque de errores tengo muchos, y de dolores otros tantos,

también entendí que no soy la única atravesándolos.

Cada quien carga su abismo a su manera.

Pero aun así, les puedo decir con toda seguridad que no me arrepiento de nada…

No me arrepiento de una sola mierda.

 

Porque incluso el dolor, incluso el error, han sido caminos hacia mí misma.

Y eso, al final, es lo único que me acerca a mi verdad:

la búsqueda de vivir con paz.

Y por cosas de la vida, en un diferente día, de chiste me dijeron: “Deberías ser actriz”

Me reí demasiado, y después de seis años después de ese comentario, véanme aquí.

 

Llegar a la Universidad Javeriana fue, en muchos sentidos, una ruptura: con lo que creía posible, con lo que otros pensaban de mí, con lo que yo misma entendía como “una carrera”. Fue desde esa ruptura donde se concibió una siembra constante: de cuerpo, de pensamiento, de emociones, de preguntas. Esta autoevaluación no busca hacer un inventario de éxitos, realmente con cada día que pasa me doy cuenta de que la perfección es imposible, y que el éxito o los logros se conjuntan por los mismos errores. Veo mis errores como logros, veo mis errores como avances, no todo quedó “bien”, pero con todo he aprendido. Aquí en esta reflexión, busco más bien dejar constancia del trayecto vivido, de los errores que me reconstruyeron, de los casi éxitos, que se vuelven semillas para algún futuro, para que se transformen en preguntas sin contestar, en un impulso del cual ya no hay vuelta atrás.

Ingresé a esta carrera con una inquietud latente por el cuerpo vivo, por su capacidad expresiva, por su potencia poética y su alma energética, no sabía mucho de ciencias o matemáticas. En el colegio nunca arreglé bien mi falda, casi siempre no entendía la tarea, tampoco es que me importara, poco silencio hacía, me cambiaban de silla cada vez que podían, pero amaba sentirme viva, de la forma que fuera, y sin saberlo, desde ahí, empezó mi investigación artística. En la carrera, pronto entendí que no estaba sola en esa búsqueda, y que mi camino tendría matices muy particulares, pero cada semestre me sentía más llena, con más curiosidad y deseo.

Mis primeros tres semestres transcurrieron entre la virtualidad y la semipresencialidad, aunque para mí la diferencia entre ambas no fue tan significativa. Aún no me sentía conectada con la profesión; muchos de los referentes que se mencionaban me resultaban desconocidos, y algunas materias me generaban aburrimiento, confusión o frustración. Me apena admitirlo, pero sentía que mi razón de ser como artista se había desdibujado desde que entré a la carrera. Caí en una especie de rutina complaciente, en la que simplemente cumplía con lo necesario, actuando sin mayor motivación, sin pasión ni propósito claro, vivir por vivir, el hacer por hacer… la comodidad.
Durante los primeros semestres, me enfrenté a la sorpresa de lo multidisciplinar. Técnica vocal, danza contemporánea, análisis de texto, historia del teatro… Al comienzo me sentí dispersa, pero con el tiempo cada una de esas ramas comenzó a alimentar la raíz de mi propio lenguaje. La danza, por ejemplo, me obligó a rendirme ante la vulnerabilidad del movimiento; la voz, a encontrar un centro interno desde el cual hablar desde un apoyo contundente y no solo gritar o subir el tono. En ese comienzo, empecé a, superficialmente, entender que no se trata de dominar, sino de escuchar profundamente lo que el cuerpo y el de los demás necesitan decir.

En medio de ese mar profundo, oscuro y tenue, de un día para otro me encontré cara a cara con la técnica actoral de la acción física, del teatro físico. Aquel primer día, pese a la confusión sobre lo que estábamos haciendo, nunca me detuve a preguntarme el porqué. Simplemente escuchaba y repetía, a mi manera, los movimientos del maestro y de mis compañeros, y suavemente nos adentramos en una sensación colectiva de creación. No hubo pausas, ni espacio para la duda o la lógica; no entró distracción alguna, porque no hubo tiempo para que los pensamientos de la cabeza tomaran el control. Salí de esa primera clase impactada, no entendí nada y aun así, salí llena.

En el ciclo profesional, los retos crecieron, pero también mi conciencia sobre mi identidad escénica y la claridad respecto a mis propios enfoques dentro de la profesión. El teatro físico dejó de ser simplemente un gusto para convertirse en una metodología, en una postura frente a la escena y frente al mundo. En las distintas materias —una mezcla de laboratorios como LABAN o Creación de Personaje, ensambles como el de Producción o de teatro como: “La Poesía es un Alma Cargada de Futuro”, puestas en escena como Teatro colombiano o Tradiciones Teatrales— mis maestros y compañeros compartieron generosamente una gran cantidad de referentes y lecturas que, poco a poco, se entrelazaron con mi proceso artístico y terminaron por convertirse en bases sólidas para mi investigación.

 

Algunas de ellas fueron:

Leer De lo espiritual en el arte – La nave de los locos de Wassily Kandinsky fue como abrir una grieta en la superficie del arte para asomarme a su núcleo ardiente. En sus palabras, entendí que el arte verdadero no nace de la forma, sino de una necesidad interior, de un temblor del alma que exige ser encarnado. Kandinsky no propone una estética, sino una ética del espíritu: crear no para agradar, sino para despertar. Así, su visión del artista como un ser que navega, loco para el mundo pero fiel a una verdad invisible, me recordó que el arte es un acto sagrado, una batalla contra la superficialidad, una llama encendida en medio de la niebla. En definitiva, su pensamiento me empuja a dejar de temer lo intangible y a abrazar lo esencial: que el arte, cuando es auténtico, no representa el mundo… lo revela.

Más adelante, encontré en El Sensacionismo, Poética del Neopaganismo de Fernando Pessoa una bofetada luminosa: una revelación que me arrancó de la idea de un yo único, fijo y coherente. Pessoa, con su multiplicidad de máscaras y su culto a la sensación, me enseñó que sentirlo todo —con furia, con vértigo, con entrega absoluta— es una forma de existir sin concesiones. En efecto, su sensacionismo no es evasión, sino una forma radical de presencia: el cuerpo como altar, la emoción como rito, la contradicción como verdad. Así, en su poética pagana descubrí que el arte no debe buscar redención, sino intensidad; no iluminar un sentido, sino arder en todos. Gracias a Pessoa, recibí el permiso para ser múltiple, fragmentada, y aún así ferozmente real. Comprendí, entonces, que la identidad del artista no es una línea recta, sino una constelación viva, palpitante, siempre en fuga.

Sin embargo, poco después llegó la herida: Los poemas de la ofensa de Jaime Jaramillo Escobar irrumpieron en mi cuerpo como un estallido necesario. Leerlo fue como tragar vidrio: cada verso un corte, cada imagen una afrenta contra la comodidad del lenguaje domesticado. Su poesía no busca agradar ni consolar; es un acto de insurrección, una patada en la puerta del pensamiento dócil. De esta manera, en Jaramillo Escobar encontré una voz que no embellece, sino que incendia. Una voz que arrastra al lenguaje al límite y lo obliga a decir lo que nadie quiere oír. En suma, su poesía es arma, es blasfemia lúcida, es verdad dicha a gritos con la boca rota.

Y en un día cualquiera, durante mi cuarto semestre, mi gran amiga y colega Camila Oñate me habló de Julia Cameron, y ese mismo día mi tía me regaló El arte de escuchar. En sus páginas hallé la clave: la disciplina sagrada de convertir el arte en ritual cotidiano, en un acto de fe y constancia. Cameron me enseñó que la inspiración no espera, se cultiva en el simple acto de sentarse a crear, aunque duela y aunque nada nazca; es justo volverlo una necesidad vital.

Estas raíces investigativas me impulsaron a tomar decisiones drásticas sobre mis hábitos de lectura. Sin darme cuenta, el gusto por la poesía se transformó en una legítima obsesión. Voces como las de Piedad Bonnett, Amalia Bautista, Paulo Coelho y Alejandra Pizarnik comenzaron a resonar con fuerza en mi universo creativo y emocional, voces con las cuales me inspiran y las cuales me dan también nuevos caminos de investigación.  

Dentro de ese proceso investigativo, también fui entendiendo poco a poco el minucioso arte de detallar la acción, de darle vida en el escenario, eso sea con el cuerpo, el alma, el movimiento y si se requiere la voz. Este proceso sigue en marcha, y más preguntas me embarcaran, pero fue en ese primer ensamble; “Quien me navega es el mar” dirigido por Fernando Montes, donde empecé a entender que es mi cuerpo y el estado de este mismo el cual expresa una verdad, expresa también ese presente o situación. La técnica de la acción física me mostró cómo reencontrarme con mi alma y su animalidad, guiándome hacia un “yo” creativo y enseñándome que la activación corporal la cual conecta con el alma, es esencial para la creatividad. Que es el cuerpo el que proyecta transparencia y sinceridad en la actuación, que es realmente el espacio y su colectivo los que te sostienen, y no tú presencia única e individual. Todo lo anterior fue un inmenso regalo, ya que en ese momento de mi vida, pensaba que la actuación iba a ser sólo imagen, y representación, cuando pensaba que era solo la palabra que daba la verdad, y el cuerpo tristemente, la decoración.

Hubo montajes en los que sentí que me encontraba por fin conmigo. Otros, en los que me perdí, y esa pérdida también fue necesaria. Porque este camino no ha sido una línea recta. Me he juzgado con dureza, he dudado de mi voluntad, he sentido que no era suficiente. Pero también he sido testigo de mis propias transformaciones. Y hoy en día, con la distancia justa que da el tiempo, reconozco en mí una artista que ha trabajado con vulnerabilidad, con sensibilidad y honestidad.

Los maestros y maestras que me acompañaron dejaron huellas imborrables. Desde “Quien me navega es el mar”, el proceso me llevó a investigar y a coincidentemente a toparme con nuevos Maestros que con sus diferentes metodologías, con sus técnicas y sus maneras de vivir la vida dentro lo que es nuestro arte, me empezaron a aclarar un camino, un mapa. 

 

Brunilda Zapata: 

Actuación II, Laboratorio de creación de personaje psiquiátrico, Laboratorio de creación de personaje (intersemestral)  

Bruni, mujer de rizos indomables, sabia y potente, tejida de amor y enseñanza. Portadora de una generosidad que se vuelve conocimiento, sembradora de espacios seguros, de creación viva, de búsquedas profundas. Creadora de verdades escénicas, trabajadora incansable del cuerpo que se transforma en personaje, mujer de exploración e investigación extrema hacia la creación de personaje. Brunilda Zapata fue mi primer “pasabocas” para el sancocho denso y fragoroso que es la decisión lúcida, temblorosa y radical de entrenarme para ser actriz, y no lo hubiera querido de otra forma. 

Error esencial: Pensar que la emoción basta para recompensar el no saberse bien el texto y el contexto del personaje. La actriz tiene que conocer perfectamente a su personaje. 

Isabel Gaona: 

Técnica Básica de Actuación para la Cámara

En el mundo de la actuación se puede diferenciar rápidamente el mundo del teatro al mundo de lo audiovisual, que raro es pensar que se odien tanto al tener que trabajar. Dos lenguajes distintos, y los dos creando arte, pero de diferencias; estos dos tienen bastantes. Lo audiovisual, al principio, me espantaba. Me intimidaba. No entendía la cámara: me estorbaba, me arrancaba de la verdad, me obligaba a actuar. Sentía, o más bien creía, que no podía hacerlo. ¿Cómo sentir algo genuinamente, si hay un “¡corte!” “¡acción!”, no ponga su mano aquí, y tenga cuidado con el del boomer o el de producción? Entender se me hizo difícil, de alguna manera ver las diferentes maneras que las energías se proyectan en escena, y poder manipularlas a la necesidad del formato, en algún punto se me hacía imposible. Hasta que no lo fue.

Error esencial: Aceptar el miedo como verdad infinita, tenerle tanta mala fe a lo audiovisual, para que así, la sorpresa sea una maldita dinamita.  

Sara Regina: 

Laboratorio de LABAN

Con Sara Regina, el movimiento se volvió misterio y lenguaje. A través de Laban aprendí que no se trata solo de mover el cuerpo, sino de afinarlo como un instrumento sagrado, donde nace el personaje. El gesto, la cualidad, y la dirección del movimiento revelan lo invisible, y el cuerpo se transforma en mapa de emociones y verdades profundas. Sara me abrió la puerta a ese espacio donde entrenar el cuerpo es un acto de alquimia, una práctica sagrada que al “Reir llorando”(Juan de Dios Peza) se aprende a desvelar el alma.

Error esencial: Falta de rigor; uno solo llega hasta donde se permite.





Leonardo Martínez: 

Técnica Básica de Teatro gestual, Ensamble “Memoria de un amnésico”

En el hacer hay una necesidad para la palabra. Hay poesía en el movimiento, poesía en el espacio, dramaturgia corporal, belleza en lo grande y en lo pequeño. Hay luz, escenografía, marcos, ventanales llenos de vida. En el hacer no hay dudas ni conversación. Hay entrenamiento, rigor, disciplina, sacrificio, y poco tiempo; nunca el suficiente. En el hacer hay repetición, mucha repetición, hay detalles, minuciosos detalles, hay mucha precisión, exactitud. En el hacer está el colectivo, está el trabajo del otro, está el cuidado del otro, trabajo que también es de uno, como lo de uno, es del otro. Hay escucha, hacia tu compañero, al director, hay que creer, toca confiar. En el hacer hay discordias, crisis, frustraciones, conexiones, sorpresas, una solución, la solución, o ninguna solución en absoluto. Hay que sujetar el cuerpo, aprovechar el cuerpo, aprovechar la plática, hay que buscar todas las posibilidades, hay que ir al límite, darle hasta llorar, llegar al hueco, toca hacer lo que sea, pasar encima de los otros, querer brillar, ante todo brillar, y que todo sea por las funciones, que todo sea por la muestra, que todo sea por el público, ¿cierto? 

Error esencial: Pensar que las resoluciones son amables. El conflicto no se resuelve, se habita. Toca aprender a defenderse, a sostener el fuego sin quemarse, a callar sin tragarse la voz. Toca hacer todo esto sin espanto y horror, es lo que es, y será lo que será.

Leonardo Giron y Daniel Valderrama: 

Técnica Básica de Circo

La acrobacia me enseñó que el cuerpo puede ser raíz y vuelo al mismo tiempo. A través del entrenamiento, el fortalecimiento y las dinámicas físicas, descubrí la precisión que exige el riesgo, la confianza que se construye con el grupo, la resistencia que nace del cuerpo que insiste y el gran cuidado que se requiere. Subimos, caímos, giramos, repetimos. El mini tramp, los saltos pesados, la flexibilidad y la estabilidad se volvieron herramientas para entender que el vuelo también se entrena y que se puede parar el tiempo mientras uno todavía vive. El manejo de objetos y los malabares revelaron la magia del circo: la atención sostenida, la coordinación como danza, y el juego como método. Entendí que el circo no es solo técnica, sino presencia, misterio y asombro compartido.

Esa misma sensación la encontré en la forma en que maestros como Leonardo (Leo) y Daniel (Daniman) guían sus clases: con amor, respeto y ánimo, construyendo espacios donde caben todas las voces y capacidades. Donde el grupo se vuelve cuerpo común, aparece algo que, a mi parecer, se parece mucho a la magia.

Error esencial: Querer controlar el cuerpo sin escucharlo. No todo es fuerza, también es paciencia, también es juego.

Ernesto Martinez: 

Técnica básica de Suzuki y Viewpoints 

Me llevaré el estremecimiento del stomping, especialmente ese primer golpe colectivo que despierta nuestras almas y, por un instante, las de toda la facultad. Me llevaré el eco de los textos en coro, y cómo mi palabra, entrelazada con la de mis compañeros, rebotaba sin que mediara el dolor o la psicología. Me llevaré el sonido del shingai, que al principio me generaba miedo, y que con el tiempo se volvió un fiel compañero. Me llevaré la sensación de cómo el tiempo se disuelve durante un ejercicio de Viewpoints, y el deseo profundo de que la vida pudiera transcurrir así, infinitamente presente. Me llevaré tus preguntas sobre la televisión y la manera en que actuamos en ella, y el reto de cambiar ese lenguaje sin dejarme devorar por los tiburones del mismo costal. Me llevaré muchas cosas… frases como:

  • “Pereza, en otras palabras, poca paciencia”.  
  • “Maten al león y asústate con la piel”.
  • “Nunca estar solo en escena” .
  • “Luchen contra la razón!”  
  • “Para matar el pensamiento uno tiene que dejarse afectar por el estímulo, dejarse afectar por los impulsos que van más allá de la razón”.
  • “El diálogo con lo sonoro”.
  • “El poder del STOP al igual que la introducción”. 
  • “La dualidad en los actos de amor”.
  • “No sean del mismo costal” 

“El mañana y el mañana avanza en pequeños pasos, de día a día, hasta la última sílaba de este tiempo registrado. Y todos nuestros ayeres han alumbrado el camino hacia una polvorienta muerte. Apágate, apágate, breve vela. La vida no es más que una sombra paseante, un pobre actor que se pavonea y apura su hora en el escenario y después no se le oye más. Este es un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y furia que significa nada.” (Shakespeare, William. Macbeth. Acto 5, escena 5.)

Error esencial: Pensar que la actuación es psicológica, el alma y la energía no se tienen que desgastar para sacar la verdad, la palabra no es imagen sino fría y pura memorización de cuerpo.  

 

 

Fernando Montes: 

Ensamble “Quien me navega es el mar”, Técnica básica de Acciones físicas, Ensamble “La poesía es un alma cargada de futuro”, Procesos creativos con el Semillero

Honestamente creo que no hay palabras suficientes para describir lo que el maestro Fernando Montes significa para mí. Su enseñanza no ha sido solo formativa, ha sido transformadora. Con él no solo aprendí técnica: aprendí a habitar el cuerpo como territorio sagrado, a respirar con memoria, a mirar hacia adentro con responsabilidad, deseo y verdad. Aprendí a apoyar cuerpos y almas, y también aprendí a dejarme apoyar. En su guía encontré un espejo, una exigencia amorosa, un rigor silencioso que me empujó a enfrentarme conmigo misma, incluso cuando dolía. Encontre un diálogo con mi ser, mi presencia fuera y dentro de la escena, me reencontré con la muerte; esa que nunca en verdad se fue, sino que se quedó a mi lado, mi fiel compañera. Fernando me enseñó que la escena no se actúa, se vive; que el arte no se hace, se entrega; y que la autenticidad no se negocia. En sus clases encontré refugio y tormenta, preguntas que me acompañan todavía, y un eco que resuena incluso en el silencio. Me enseñó a caminar con los pies sobre la tierra, pero con el alma dispuesta al salto.

Lo admiro con hondura, pero no con una venda en los ojos. No lo elevo al pedestal de lo perfecto, pues sé que la luz más honesta convive con la sombra. Con él también he dudado, me he enfrentado, he sentido la fricción de los bordes. Y sin embargo, o quizás por eso mismo, su enseñanza me atraviesa más profundamente. Lo reconozco en su totalidad: humano, complejo, cambiante. Y en esa verdad sin adornos, lo recibo como mi gran maestro, como una presencia que ha dejado huella en mi carne creativa, y en el pulso más íntimo de mi búsqueda.

“¿Y quién soy yo? quien soy yo para cambiarte tu ramo de flores, organizado y decorado por tu gran admirada experiencia… 

Si, no, 

yo no soy nadie. 

Pero tal vez, solo quizá, 

soy es el rebelde vacío de tu existir, como tu el mio.”

 

(Banana, Técnica básica de acciones físicas, 2022) 

Error esencial: Creer que se puede transitar este camino sin atravesarse. Con Fernando entendí que no hay atajo, que para llegar a la esencia hay que pasar por la herida, por la oscuridad, el rigor, el sacrificio, sus consecuencias y aún así, seguir bailando.

Tomar clases con quienes me ofrecieron rigor hasta quienes me enseñaron a soltar. Agradezco profundamente las voces que creyeron en mi cuerpo como lugar de creación, como territorio escénico legítimo, y también a los que retaron y cuestionaron esa posición. Agradezco profundamente a mis compañeras y compañeros que fueron espejo, red, provocación, inspiración y consuelo, en donde aprendimos a sostenernos, acompañarnos y ayudarnos en nuestros distintos y, a la vez, compartidos caminos.

Hoy salgo de esta carrera no solo con herramientas técnicas, sino con una ética del hacer: con una urgencia de seguir creando desde lo físico, desde lo sensible, desde lo íntimo, desde el deber hacia los hombros que nos sostienen en nuestro hacer, desde lo colectivo. Me interesa el teatro que nace de la contradicción, que incomoda, que pregunta más de lo que responde. Hábito cada día más dentro del teatro físico y, puedo observar ahora cómo, desde un inicio, este se convirtió en el eje vertebral de mi proceso. No solo por una afinidad técnica o estética, sino porque ahí encontré una forma de pensamiento, un lugar donde el ser se diluye en la acción, en la respiración, en el impulso. Aprendí que el cuerpo no es solo herramienta, sino también memoria, pregunta, herida, resistencia.

 Mi nombre es Juanita Jacobsen, artista escénica del teatro físico, y después de diez semestres intensos, habitados y profundamente vividos, puedo decir que me reconozco. Y que ese reconocimiento, aunque aún se construye, ya es en sí mi forma de ver, crear y una forma de resistencia, de arte y de verdad… pues al menos, la mía.



Bibliografía

  • Cameron, Julia. El arte de escuchar: Aprender a vivir creativamente. Ediciones Urano, 2020.

  • Jaramillo Escobar, Jaime. Los poemas de la ofensa. Editorial Lealon, 1996.

  • Kandinsky, Wassily. De lo espiritual en el arte. Traducción de Francisco León. La Nave de los Locos, 2013.

  • Pessoa, Fernando. El sensacionismo. Poética del neopaganismo. Edición y traducción de Perfecto E. Cuadrado. Ediciones Hiperión, 1996.