Juanita Jacobsen

Juanita Jacobsen García
¿Cómo olvidar el día que prendí la cámara para entrar a la clase de Ensamble de Producción? Es imposible, fue casi como asistir al nacimiento de una telenovela épica transmitida por Zoom. Obviamente, como buena mujer chismosa y observadora profesional de cuadritos con nombres raros, me puse a escanear con la mirada a cada participante como si estuviera buscando al impostor en una clase de improvisación teatral. Solo conocía a dos o tres caras, pero un recuadro me llamó la atención por aquel diminutivo: “Juanita Jacobsen”. Así, a secas. Sinceramente pensé “seguro se llama Juana, pero se quiere hacer la cute”. Entra Natalia Cuéllar y nos pide que nos presentemos con cámara prendida, y ahí fue cuando la vi: una mujer con una cabellera tan larga y majestuosa que parecía tener contrato con Pantene y una cara de “me están hablando pero yo estoy en Saturno”.
Ya me tenía intrigada por el nombre, pero cuando confirmó que efectivamente su nombre legal, civil y probablemente notariado es Juanita, sentí que la realidad se doblaba. Solo podía pensar: ¿cómo la regañan sus papás? ¿Le gritan “¡Juanita Jacobsen, venga pa’cá!” con tono de autoridad sin que suene como una amenaza de peluche? ¿Cómo se le habla con seriedad a alguien cuyo nombre suena a personaje de princesa de Disney latina?
Obvio que yo tenía que acercarme a esa mujer. Hablarle, que me viera, que me sintiera, que supiera que yo existía y no solo por mis rastas majestuosas, que, francamente, deberían tener cédula y EPS propia, sino por el simple y glorioso hecho de ser yo (habló la narcisista de la rasta jaja). Desde el primer día en clases presenciales, Juana apareció flotando por los pasillos de Artes como si hubiera sido invocada por un grupo de dramaturgos tibetanos. Tenía una calma tan sospechosa que parecía que en cualquier momento iba a sacar una flauta y convocar palomas.
Juanita, o como yo le digo “Juana”, porque ¿cómo más le voy a decir si ya se llama en diminutivo desde la cuna?, resultó ser un incendio disfrazado de infusión herbal. Nos encontramos en medio de humo y risas. Sí, humo del bueno, del que hace que una silla se vuelva una nave espacial y una bolsa de papas tenga respuestas existenciales. Desde entonces, compartimos conversaciones entre mordiscos a paquetes malévolos, papas con limón, doritos y hasta coca cola, zero claro está, y galletas de oreo que sabían a infancia rebelde. Y entre una quemada y otra, ¡pum! Hermandad instantánea. Almas en combustión lenta, sincronizadas como un reloj atómico en fiesta electrónica.
En el Laboratorio de analisis de laban con la maestra Sara Regina Fonseca, la volví a ver desplegando su cuerpo como si estuviera invocando tormentas emocionales, era un cuerpo explosivo. Medía tres metros y medio en energía, mínimo. Tenía una kinesfera tan grande por su cuerpo tan largo, que yo juraría que alteraba la presión atmosférica de la sala. Se movía con la intensidad de un cometa al borde del estallido, y sí, era poesía pura. Pero también, entre esa intensidad magnética, apareció un patrón que ya había intuido en sus otras facetas: Juana tiene algo de estrella fugaz. A veces está y quema. A veces desaparece y deja un rastro. Su asistencia a clases no ha sido siempre constante; no por desinterés, sino porque su brújula interna parece moverse por coordenadas propias. Y eso, lejos de ser un defecto, me hace pensar que aún está aprendiendo a domar el fuego que lleva dentro.
Me contaba de Quien me navega es el mar, Fernando Montes le lanzaba retos como quien lanza piedras sagradas. Y ella feliz, obviamente. Porque Juana no le teme a nada: se lanza a la piscina vacía y en la caída inventa el agua. Su relación más estable es con la poesía. No la cursi. La salvaje. La que te da cachetadas y luego te hace un té. Por eso su conexión desde un principio con este calvo tan místico.
Nos volvimos a encontrar en La poesía es un alma cargada de futuro, nombre largo, típico de los ensambles de Fernando Montes. Y ahí ya explotamos. En todos los sentidos. Tuvimos una escena juntas y sí, fue la mejor de todo el ensamble, para mí. Porque no era una escena: era un ritual de sudor y glorificación del caos. Creamos conciencia juntas de temas que nos ahondan en nuestra vida como artistas. Además de esta escena, cada una tenía su solo, y Juana me incluyó en el suyo como quien mete una flor rara en un ramo. Yo le daba pasos firmes mientras ella se liberaba del vinipel como una mariposa sale de su capullo, recitando un poema que la lleva a través de los ojos de su madre. Esa imagen: poesía.
Después vino Medellín. Un viaje que fue más místico que turístico. Juana adaptó todo a su idioma espiritual, a su dialéctica de alma. Compartimos habitación (cómo no), y cada noche era un podcast no grabado de pensamientos densos, delirantes y sublimes. No tomábamos café, o bueno, yo sí. Ella no toma café. Juana toma coca cola zero, y se alimenta de viento cargado de metáforas.
En Técnica Básica de Gestual, volvió a sorprender al mundo. Su partitura con Paola era tan íntima que el aire pedía permiso para moverse. Verla era como ver una mariposa bailando un bolero de Julio Jaramillo. Era la imagen viva del alma saliendo de su propio cuerpo; en resumen, era Juana en escena dejando plasmada su alma. En el segundo corte, con José, Emily y mi persona, Juana sacó un personaje que se rascaba con tanta verdad que uno sentía comezón emocional. En ella dejó plasmado su ser ansioso, el ser que se preocupa por cómo va a llegar a su trabajo mañana cuando ni siquiera ha terminado la jornada laboral. Fue una muestra poética. Poesía nerviosa. Poesía combinada con un poco de humor. Como un poema escrito en servilleta a las tres de la mañana con hambre y ansiedad. Pero esa mezcla entre sus pensamientos y los míos llevó a encontrar una conexión entre la gracia y la poesía. ¡Qué buena mezcla!, ¿no?
Sí, Juana es ansiosa, y no poco. Pero esa ansiedad la canaliza como solo alguien profundamente entregado puede hacerlo: ensaya, crea, repite, reescribe, se sacude, vuelve a empezar. Nunca se queda quieta. Y esa ansiedad, lejos de ser un obstáculo, se vuelve gasolina. Ella es profundamente impulsiva: actúa antes de pensar, salta antes de mirar, crea antes de preguntar. Esa impulsividad ha sido una espada de doble filo, pero siempre con filo brillante. A veces se pierde, se frustra, se contradice… pero nunca deja de arder. Y eso es hermoso.
Hemos trabajado fuera de clase y puedo decir, sin hipérbole (bueno, tal vez un poquito), que verla ensayar es como presenciar la escena de Karate Kid con la serpiente. Es rigurosa. Intensa. Incansable. Se frustra, sí, pero su frustración es como un GPS que siempre la lleva de vuelta a la tierra.
Y, por encima de todo, tiene una escucha inmensa. Juana no solo escucha: absorbe, procesa, transforma. Tiene ese don mágico de volver las ideas de los demás más potentes. Las potencia como si fueran suyas, y las devuelve con brillo nuevo. Es generosa con el arte y con las almas.
Yo solo puedo decir que agradezco infinitamente haberla encontrado. Que le deseo una vida llena de proyectos locos, teatrales, místicos y deliciosamente absurdos. Que el teatro nos siga uniendo. Y que siempre haya humo, papas con limón, doritos, coca cola zero y una escena que nos abrace.
Con amor, combustión lenta y mucha, mucha risa, la quiere,
Rasta