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Fernando Montes

Tuve la oportunidad de acompañar el proceso de Juanita Jacobsen durante cinco espacios académicos distintos entre los años 2022 y 2024. Esta continuidad —rara y valiosa— me permitió trazar un arco, no solo de percepciones y observaciones sobre su evolución como artista, sino también de resonancias internas que su presencia y su búsqueda despertaron en mí como guía y testigo.

En nuestro primer encuentro, dentro del espacio de un ensamble, percibí en Juanita una energía de impulso fogosa, intensa, poderosa. Era como presenciar una chispa primordial: el estallido de una energía en bruto que aún no había sido contenida ni moldeada, pero que ya revelaba una fuerza única. Al mismo tiempo, esa energía se manifestaba en un cierto desorden corporal, como si el cuerpo todavía no hubiera encontrado la partitura interna que le permitiese danzar con su propia llama. Pero el desorden corporal —pienso— puede ordenarse con la práctica, la conciencia y el tiempo. El fuego interno, en cambio, no se aprende ni se hereda. Esa llama secreta, ese ardor vital, es un misterio que solo cada uno puede encender desde su abismo.

Desde esos primeros momentos, me impactó en ella una libertad de pensamiento, de acción, de impulso por transformar el mundo con la escena como herramienta. Una libertad que, como toda verdadera libertad, conlleva el riesgo de confundirse con el “hacer cualquier cosa”, con la dispersión o incluso con el caos. Pero creo profundamente que la libertad no está reñida con la forma, sino que puede —debe— canalizarse dentro de una estructura. No se puede enseñar la libertad como tal, pero sí es posible acompañar a alguien en su proceso de descubrirla, de afinarla, de habitarla de modo consciente y responsable.

En Juanita descubrí también una capacidad imaginativa desbordante y una gran riqueza plástica al momento de proponer materiales escénicos. Entre sus potencias, destaco su impulso, su entrega total, la generosidad con la que moviliza su energía, sin barreras, sin defensas, sin mediaciones. Tiene la rara habilidad de lanzarse “al fuego” sin miedo, una cualidad esencial en el oficio actoral, donde la comprensión no siempre precede a la acción, sino que muchas veces emerge de ella, como un fruto inesperado que brota al calor del riesgo. En su caso, el respeto por sí misma y por el acto creativo se manifiestan en ese salto al vacío: una valentía que no busca exhibición, sino verdad.

Otro elemento que me conmueve es la luminosidad de su alma. Hay en Juanita un germen que puede tanto iluminar como quemar. Esa doble cualidad —que es, a mi juicio, la esencia de todo verdadero artista— la vuelve impredecible y, al mismo tiempo, profundamente necesaria.

Durante aquel primer ensamble, me preguntaba si Juanita tendría el rigor y la disciplina necesarias para estructurar y canalizar esas potencias dentro de una rigurosidad bella. A veces el fuego consume antes de construir. Pero más adelante, en el espacio de Técnica de las Acciones Físicas, fui testigo de una transformación profunda: el arte comenzó a obrar en su ser, no como una técnica exterior, sino como una forma de vida, una manera de estar en el mundo.

Juanita empezó a asumirse verdaderamente como artista, aceptando también las consecuencias éticas, vitales y emocionales que ello implica. Pienso que el trabajo con el centro fue fundamental para ella, pues permitió un enraizamiento del cuerpo, y con ello una armonización entre cuerpo, corazón y ser. Eso que en clase llamamos el cuerpo de la unidad: la integración de cuerpo, mente y corazón como territorio indivisible de creación.

Logró algo muy delicado y esencial: un proceso de descondicionamiento. Una aproximación paulatina y consciente a su animal salvaje interior. No se trata de domesticar ese animal —el instinto, el inconsciente creativo—, sino de aprender a dialogar con él, de saber cuándo dejarlo actuar y cuándo contenerlo, sin reprimirlo, sin espantarlo. Esta potencia creativa que habita en lo profundo solo se manifiesta cuando se siente libre, cuando no se siente juzgada. Y, sin embargo, necesita también estructura para revelarse con claridad y no perderse en la niebla del impulso. En ese encuentro entre estructura y libertad —entre rigor y espontaneidad— reside el arte vivo, el arte verdadero.

Para mí fue una fortuna que Juanita participara en otro ensamble conducido por mí. Allí pude apreciar y ver la evolución de su trabajo como actriz. Es muy bello y muy satisfactorio acompañar el florecimiento de la naturaleza creativa de una persona y verla en acción. Sospecho que para que esa individualidad creativa emerja, se necesita un fundamento técnico ligado a la artesanía del oficio: incorporar herramientas como el impulso, la energía, el ritmo, la composición, el trabajo con el espacio, el contacto, etc.

Cuando comenzaron los ensayos y Juanita empezó a proponer materiales creativos, fue evidente el proceso de maduración como actriz que había hecho a través de su carrera en la Universidad. Lo que más me impactó de su trabajo es que ese fuego interior, esa llama impulsiva que puede ser caótica y desordenada, Juanita estaba aprendiendo a canalizarla y configurarla en sus materiales, en sus acciones, y en la dimensión poética que exige el trabajo creativo. Me impresionó que llegara a ese resultado, ya que solo se alcanza con disciplina. Entonces también me di cuenta de que una dimensión del pensamiento crítico se estaba desarrollando.

El último aspecto que quisiera resaltar es su capacidad plástica: la forma en que abraza el espacio, sus propuestas y la dirección de arte que crea en sus materiales y con sus colegas. Esto aporta una dimensión poética a su trabajo y connota una generosidad creativa que se manifiesta en la disposición y la entrega para ensayar, para crear, para repetir, para convocar a los otros al trabajo.

Juanita posee el impulso, la llama, la visión disruptiva de la realidad —lo que en otro lenguaje podríamos llamar locura creadora—. Y gracias a los elementos artesanales del oficio —el ritmo, la precisión, los verbos, la movilización de la energía, la continuidad, la respiración—, ha logrado propiciar un terreno fértil para que ese animal habite con belleza y con sentido dentro de su labor creativa.

Reconozco que en algún momento dudé si Juanita podría sostener el rigor que exige la creación. Para ella, en un principio, el compromiso parecía reducirse a simplemente “llegar a clase”. Pero bastaba con verla en el espacio, trabajando, para que se encendiera la llama y la luz del arte se hiciera visible en su desempeño. Su presencia en acción se convertía entonces en una especie de combustión del ser: un cuerpo-llama, un cuerpo que arde.

Durante este proceso también fui testigo de cómo su impulso, tan fuerte, arrastra a los demás en el trabajo grupal, provocando respuestas, activando al otro desde la acción. Vi cómo fue apropiándose, poco a poco, de los elementos del oficio. Esto le permitió madurar sus respuestas, crecer en su misión artística y afirmarse como actriz, no como rol, sino como ser en creación.

De alguna manera, esa firmeza física le ayudó a afianzar sus propuestas y darle peso a su pensamiento. Le costaba, a veces, articular sus ideas en palabras; su cabeza iba más rápido que su boca. Pero, misteriosamente, al leer las evaluaciones que ella misma hizo de su proceso, observé algo muy hermoso: su formación como actriz también le permitió centrar su pensamiento en su ser. Es decir, pensar desde el cuerpo, desde el sentir, desde el hacer. Y eso, para mí, es uno de los signos más bellos de que el arte ha echado raíces verdaderas en alguien.

Juanita, que el camino sea largo, lleno de aventuras creativas maravillosas, y que tu impulso irradie luz, una luz amorosa y potente, que ayude a transformar tus entornos, tu corazón y los espacios donde puedas ejercer tu arte: ese arte magnífico, maravilloso y sublime que portas en ti, y que es el arte de ti misma. Te deseo un camino lleno de asombros, de preguntas fértiles y de esas certezas que no se explican, pero se encarnan. Que nunca se apague el misterio que te habita, ni la voluntad de transformarlo todo con tu accionar.

Que el arte siga obrando en ti, Juanita, como una llama que no cesa, como un río que aprende su cauce en la danza con las orillas.

Como escribió Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca / desea que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de descubrimientos”. No apresures la travesía. Todo está ya en ese andar.

Que el fuego que llevas no te consuma, sino que te alumbre.

Que sigas creando con la valentía del que arde, con la alegría del que duda, con la belleza del que ama.

Y si alguna vez sientes que te pierdes, recuerda, como escribió Pessoa en voz de Álvaro de Campos:
“No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.”

Eso basta.

“El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer.
No hay cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura
indescifrable cuyo libro es el tiempo.
Quien se aleja de su casa ya ha vuelto.
Nuestra vida es la senda futura y la senda pasada.
El rigor ha tejido la trama. No te arredres.
Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida.
Quien se interna en el laberinto lo multiplicará.”
(Borges, El hacedor, p. 79)